A menudo se dice, o pensamos, que «tú recibirás», «tú te convertirás», «tú podrás»… cualquier cosa, pero no ahora sino cuando llegue el momento. Esto se aplica a todo. Adelgazar. Descansar frente el mar. Terminar un nuevo curso. Lograr un ascenso. Encontrar a tu persona especial. Y así sucesivamente.
Yo misma a menudo razono de esta manera, y así pospongo mi propia felicidad (¡qué palabra tan grande!) para más tarde. Y mi cerebro está la mar de cómodo. Le gusta planificar y organizarlo todo meticulosamente. Entonces, ¿por qué no planificar mi propia felicidad?..
Quizás porque…
El momento ya ha llegado. Ahora. Y ahora. De nuevo.
Cada segundo. Aquí. Y no en algún futuro lejano.
— Hm, pero aún no has adelgazado, — dice mi cerebro. ¿Y cómo puedo discutir con él? ¿Puedo estar feliz sin estar lo suficientemente delgada?.. Entonces miro en otra dirección. Tal vez no esté en mi mejor forma, pero tengo unos ojos bonitos. Pues iré a maquillarme y saldré a pasear para disfrutar de mi reflejo en las ventanas de las tiendas y en los espejos de unas acogedores cafeterías.
— Hm, pero aún no has obtenido ni publicado un nuevo certificado en LinkedIn! — se queja mi cerebro. Cierto. ¿Cómo iba a estar feliz sin ser aún más experta en mi campo profesional? Y entonces dirijo mi mirada hacia atrás. A los certificados que ya he obtenido. Recuerdo situaciones de las que pude salir llegando a la meta y sin quemarme por completo. Recuerdo la sonrisa de un compañero al que ayudé alguna vez…
Síndrome del impostor, fuera.
Felicidad pospuesta, jaque mate.
Memento mori, no hay tiempo, todos moriremos.
Así que… voy a estar feliz (o al menos bien) ahora mismo. A pesar de todas las cosas pendientes por hacer y imperfecciones por perfeccionar… Porque ¿cuándo si no? 😉